En un contexto en el que el statu quo es la renovación continua, ¿qué rol elegimos jugar? ¿Queremos ser seguidores? ¿Queremos liderar?
«Mi equipo me sigue, pero no me empuja», dice Guillermo, gerente de Nuevos Negocios y Productos de una fintech local, un área que, por definición, es la usina de innovación de la compañía. «El año pasado logramos muchas cosas, y las logramos rápido. Ahora sueño con que me estén golpeando la puerta para proponerme ideas, y yo tener que decir basta».
La cita grafica la situación en la que hoy se encuentran muchos líderes, que ya están logrando que sus equipos estén motivados, los acompañen con convicción y ejecuten con eficiencia. Pero dada la velocidad y la complejidad del contexto, ya no alcanza con que sean solo unos pocos los que generen las ideas. Cada vez es más importante que sean muchos los que estén pensando y proponiendo alternativas para no quedarse atrás, y para aprovechar las oportunidades. Esto implica un cambio cultural, porque todavía hay una inercia en la percepción de los roles que separa a los «líderes» de los «seguidores».
Aun en entornos laborales que alientan la participación, algunos siguen esperando que sea alguien más -el gerente, el jefe, el líder de proyecto- el que tome las decisiones y los lleve de la mano. Simultáneamente, todavía hay personas a las que les cuesta correrse y dar espacio para que otros puedan tomar la iniciativa.
Unos y otros necesitan superar la doble barrera del temor a fallar y la complacencia. No es fácil revertir un paradigma instalado, ya en proceso de disolución, en el que lo que importa es cuidar los resultados, sobre todo si son exitosos. La prudencia ya no garantiza el crecimiento ni la supervivencia de la organización. La agilidad que se necesita para mantenerse al paso con los desafíos del contexto requiere de una cultura de liderazgos compartidos, en la que cada vez más personas asuman el rol proactivo de imaginar alternativas y empujar la innovación.
Quienes hasta hoy lideraron solos tienen que correrse para que los «seguidores» puedan tomar la posta. Su rol se amplía de «liderar» a ser facilitadores de una cultura propositiva. Para alentar actitudes emprendedoras en sus equipos tienen que brindarles espacio y tiempo para pensar y oportunidades frecuentes de probarse. Y estar atentos para validar y reconocer a los audaces, más allá de la viabilidad de sus propuestas y de los resultados. En terrenos seguros para experimentar, gradualmente las personas se van a ir empoderando y sintiéndose cada vez más cómodas para proponer.
Por su parte, los «seguidores» tienen que comprender que ya no es suficiente con el desempeño ordinario, aunque sea excelente. Quien no pueda pensar por sí mismo ni crear opciones que enriquezcan a su entorno y que lo transformen, es muy probable que se quede estancado mientras ve pasar a su lado a otros quizás con menos experiencia, pero con más empuje.
En el día a día, tenemos que trabajar juntos como equipo, cuidándonos de no volver a los roles arraigados y compartiendo la responsabilidad de co-crear y coliderar las posibilidades de un futuro mejor.
Con la motivación de los equipos de trabajo funcionando, el próximo paso es animarse a proponer ideas.